Deshidratación

Cualquier tipo de piel está expuesto a padecer problemas de deshidratación.

La piel deshidratada se manifiesta con una falta de brillo y una sensación más o menos intensa de tirantez, sobre todo después del aseo. La deshidratación también puede provocar que la piel adquiera un aspecto blanquecino y que aparezcan escamas.

Estos síntomas son similares a los de una piel seca, pero no hay que confundir ambos estados. La deshidratación es una alteración de la capa superficial de la piel provocada por la falta de agua. Puede afectar a cualquier tipo de piel (incluso la grasa), pero es un estado transitorio que se puede revertir si se toman las medidas adecuadas. Por el contrario, la piel seca es un estado constante y define a un tipo de dermis determinado, que sufre de carencia de agua y de lípidos.

La deshidratación de la piel puede estar provocada por múltiples causas. Entre ellas:

  • No beber suficiente agua.
  • Abusar del alcohol y el tabaco.
  • Falta de vitaminas por el consumo de dietas no equilibradas.
  • El uso de productos cosméticos agresivos y jabones convencionales. Estos últimos tienen altos niveles de pH y lo único que hacen es eliminar los aceites naturales de la piel, dejándola seca y deshidratada. Hay que saber elegir los productos adecuados para realizar la limpieza diaria.
  • Condiciones ambientales extremas: el exceso de frío o calor reduce la humedad presente en el aire y la piel, dejando una sensación de piel seca y tirante.
  • Demasiada hidratación: aunque pueda parecer contradictorio, la sobrehidratación puede resecar la piel, ya que debilita su barrera natural y agudiza la pérdida de agua.
  • Ducharse con agua caliente: el agua demasiado caliente puede eliminar los aceites naturales presentes en la piel y deshidratarla.
  • Enfermedades que provocan una pérdida exagerada de agua, como vómitos, hemorragias, dermatosis…
  • Alto nivel de estrés o fatiga psicológica.
  • Determinados tratamientos farmacológicos, como los destinados a combatir el acné o el colesterol.